Una charla maravillosa de Beinsa Douno • 5 minutos leer
El camino de la vida está plagado de dificultades. Sin embargo, el Amor de
Dios, la Sabiduría de Dios y la Verdad de Dios se logran en este mismo
camino. A través de ellos, la vida cumple su propósito.
Mucha gente aspira a la felicidad personal, pero el elemento personal no
conduce a la verdadera felicidad. La verdadera felicidad se esconde en el
amor. Es la semilla desde la cual brota la vida. Cuando el Amor te visita, te
expandes. Incluso físicamente —si mides tus brazos, por ejemplo, notarás
una expansión microscópica—.
Todos hablan sobre el amor sin saber lo que es. ¿Por qué? Primero, porque no
se conocen a sí mismos. Dices que amas a alguien y disfrutas del amor. Pero
cuando escuchas que el objeto de tu amor ama a otra persona, te sientes
incómodo. ¿Te preguntas cada día si esta persona te ama o no? El amor que cesa, o que aparece y desaparece, no es amor real. Si conoces a alguien que
se ha abierto a una sola persona, debes saber que no puede amarte. Incluso si
comenzara a amarte, pronto te traicionaría. Solamente aquel que puede amar
a todos puede amarte a ti. Los verdaderos amantes son aquellos a través de
quienes se manifiesta el amor de Dios; han abierto su corazón a todos.
Siempre te amarán. Tal amor es incesante y eterno.
¿Qué es aquello que amamos en las personas? La fuente divina y sublime; la
eterna e inmutable fuente de la humanidad. La vida de una persona se
desarrolla en tres fases: infancia, edad adulta y vejez. Si fotografías a aguien
en cada fase, verás tres imágenes diferentes. Sin embargo, a pesar de sus
diferencias, tienen la misma esencia: una fuente eternamente inmutable —lo
divino—. Fuera de esa esencia hay sombras de la vida humana. Todavía
estamos en las sombras de la vida.
Debes esforzarte por encontrar tu alma. Cuando la encuentres, verás también
el alma de tus semejantes. Podrías hojear un viejo libro y decir que no es
interesante, mientras que otra persona podría decir que es muy interesante.
¿Cómo lo sabe? Porque lo ha leído. Del mismo modo, no se puede conocer ni
amar a alguien solo con mirar su apariencia exterior, en la superficie. Solo si
lo conoces desde dentro, si conoces su alma, puedes amarlo de verdad.
Podrías decir: “No veo nada especial en esta persona”. ¿Por qué no? Porque
no has llegado a conocer su yo interior; por lo tanto, no la amas. Si le
preguntaras a una esposa qué ve en su esposo, ella podría decir: “Es
interesante”.
Cuando exploras las formas en que una persona manifiesta amor, verás
constantemente interrupciones en su manifestación. Sin embargo, tal vez solo
parezca ser así. Esto se relaciona con el yo exterior de una persona más que
con su esencia. Hay obstáculos externos, que nublan la mente y que
aparentemente oscurecen el amor. Mientras la Tierra gire alrededor de su eje,
siempre habrá día y noche, bien y mal, auge y decadencia. A cierta altura
sobre la Tierra, ya no habrá día y noche.
Así mismo, cuanto más alto se halle la esfera de la conciencia en la que
entres, más incesante será tu amor. Tal vez estés sentado en tu habitación,
mirando por la ventana, mientras pasa un amigo. Sigues sus movimientos,
viéndolo desde una sola perspectiva. Después de un rato, desaparece de tu
vista. Esto sucede porque ambos están a la misma altura. Si asciendes a un
plano superior, siempre lo verás. Por lo tanto, cuanto más alto te encuentras,
más incesante es tu amor.
Se dice que el amor vence al mal. Es por eso que las únicas personas que
pueden enfrentar al mal son aquellas que llevan el arma del amor dentro de sí
mismas. Si no tienes amor, no luches contra el mal; porque el mal
prevalecerá.
Una de las reglas del amor dice: “Protege la libertad de los demás de la
misma forma que proteges la tuya”. Alguien podría interferir con la libertad
de los demás y restringirlos. ¿Por qué? Porque esa persona se encuentra fuera
del amor. Podrías decirle: “No me amas”. Déjalo ser libre; no interfieras con
su libertad. Es libre de amarte o no. Cuando todos te rechacen, viéndote como
escoria, debes saber que hay Uno que te ama. Un ángel te está acompañando
y diciéndote: “¡No temas, Dios te ama! Tus asuntos saldrán bien. ¡No te
aferres a las cosas temporales!”
Un padre tenía diez hijos. Les compró un juguete a todos menos al más
pequeño. El niño comenzó a llorar porque los demás le dijeron que era malo
y que su padre no lo quería. Al ver sus lágrimas, el padre lo consoló
diciéndole: “No llores, mañana te compraré un juguete también”. Yo digo: La
gente siempre llora por ese tipo de “juguetes”. Aparte de los “juguetes”
físicos, hay también “juguetes” espirituales por los que la gente llora. Cuando
nos identificamos con cosas externas, envejecemos gradualmente. El
envejecimiento es una ley de distanciamiento. Cuando las cosas se alejan, se
vuelven invisibles. Los puntos de vista anticuados nos hacen envejecer. Para
rejuvenecer, debemos dejarlos ir.
¿Cuáles son las cualidades distintivas del Amor, la Sabiduría y la Verdad? Se
ha escrito, “Has amado la Verdad interior”. Por lo tanto, lo que amas en
alguien es la Verdad. Aquellos que tienen fe pueden guardar un secreto.
Cualquier secreto que les confíes, lo guardarán. Si asignas una tarea a
aquellos que poseen la Verdad en su interior, seguramente la realizarán. El
Amor es la madre, la Sabiduría el padre y la Verdad, el hijo. Aquí hay otra
comparación: El Amor es una base, la Sabiduría es un ácido y la Verdad —la
sal—. Los amorosos son llamas vivas que dan calor a los demás, los sabios
son lámparas que brillan y esparcen luz, y los veraces son panaderos que
proveen pan. El Amor da las cosas, la Sabiduría las adorna y la Verdad las
distribuye. Las leyes son el resultado de la Verdad.
La Verdad trae libertad; nos permite manifestarnos. La gente dice que la
Verdad es amarga. Esto denota un malentendido. ¿Cuándo amarga la Verdad
a las personas? Cuando están enfermas o cuando están equivocadas. En otras
palabras, la amargura no es algo natural en nosotros. No puedes pecar
mientras poseas la Verdad en tu interior. Cuando alguien miente, hay
amargura en ellos porque pierden su libertad. La Verdad es un transformador.
Nos orienta. Nos libera de nuestras dificultades. La Verdad reconcilia a las
personas con sus contradicciones; les permite llevar sus cargas con dignidad.
La Verdad valora el significado interno de las cosas. Busca conocer su
esencia. La Sabiduría, a su vez, penetra profundamente en ellas y las ilumina,
mientras que el Amor trae calor y funde todo lo que hay en él.
Así, el Amor mantiene la vida, mientras que la Sabiduría da forma a la vida.
Los amorosos son a la vez inteligentes. De modo que son al mismo tiempo
sabios y veraces. Amor, Sabiduría y Verdad son inseparables.
El Amor proporciona el material, la Sabiduría organiza el material y la
Verdad trabaja con él. Así como Salomón tuvo muchas esposas, también los
seres humanos tienen muchos deseos. Sin embargo, solo necesitamos un
deseo fundamental —adquirir Amor—. Debemos tener un solo pensamiento
central —adquirir Sabiduría—. Teniendo estos, lo demás vendrá de forma
automática.